jueves, 16 de mayo de 2013

Soñé ser un puerco.

El candor que desborda esa menuda voz, nacida en la habitación de un recóndito país no muy lejano, resonaba con fuerza por el aire. La fuerza de su voz debía ser inexplicable; tenue pero estridente. Crearán que eso no puede ser posible, pero hay personas que nacen con el don de ser escuchadas, de transmitirse en palabras con tanta quietud, pero con tanta certeza que es imposible no escucharlas. Éste era uno de estos casos, un ser que desconocía los matices obscuros de la vida, pero capaz de transportarte a unos inimaginables; era combustible para estás maquinas sedientas de una directriz . Con él, hallaban eso. Querían ser parte de su mundo, ésas mansas y poco confiables criaturas bebían de él, inútiles ya.
A él lo vamos a llamar Arturo.
Arturo estaba tan absorto en si, que no notaba cuán valiosas eran sus ideas. Con esto no me refiero a que sean buenas, pero era lo que ellos necesitaban escuchar, un pensamiento unificador; podían sentirse uno.
Y sin querer el se desvanecía, absorbían su ser como puercos hambrientos. Puercos hambrientos debían de ser, lo anhelaban, le necesitaban. Él sólo fue lo que fue. Alguien excepcional que nunca lo supo, que nunca comprendió lo que tenía, ni el porqué se consumía....

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