martes, 19 de marzo de 2013

La niña.

Observa, entorna tus ojos y fíjate bien en esa niña. Es tan pequeña, tan transparente que pareciera imposible que ella se percatara de que lo es. Ves las llagas en sus pies? Sí, yo también puedo verlas. A qué niña tan traviesa..! Eso sólo pudo hacerlo a espaldas de nosotros, puesto que frente a todos sería incapaz de respirar, de tener un minuto de sosiego y escapar de los ojos curiosos del mundo ocioso. Sus rodillas raspadas, su pueril atuendo. Las cuencas de sus ojos son tan peculiares, fíjate cómo observa a ese muchacho. Estacionó su mirada sobre él desde hace ya un rato, tiene los ojos clavados y pareciera que son pequeños alfileres en busca de lastimarle; como armas de destrucción sensacionalmente disimuladas. Con que pericia se domina, tantas cosas resguarda con su esa actitud hostil de niña berrinchuda. Se ve que lo quiere, que lo desea. La idea de que una niña ande de concupiscente da risa, pero ella no es una niña. Puede que me haya engañado.

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